La más joven de las islas Canarias, en el siglo XV pasa a ser posesión de la corona de Castilla. Los colonos castellanos y normandos pueblan la isla y modifican el paisaje. La parte occidental de la isla se transforma en una dehesa, donde poco más tarde germina la semilla que da lugar a la Sabina de El Hierro. Este árbol de 4 metros de altura y 500 años de antigüedad resiste el azote de los vientos alisios, apoyándose en su gran copa. Pero, ¿cómo la ciencia puede calcular la edad de estos abuelos?
Antes unos pocos ejemplos de abuelitos…
En las montañas de California (Estados Unidos) se cree que habita el pino más longevo, Matusalén. Según los expertos tiene 4853 años, almacena agua en sus hojas, su crecimiento es muy lento y su madera dura es prácticamente impenetrable para los insectos parásitos.
En España también se encuentran ejemplares muy longevos, el olivo bautizado como “Lo Parot” (Tarragona) con edad entre 1000 y 2000 años. El tejo de Valhondillo (Madrid) con edad entre 2000 y 4000 años. El drago milenario (Tenerife) con 800 años y por supuesto nuestra sabina de El Hierro con 500 años.
¿Por qué viven tantos años?
El secreto de la longevidad de los árboles, es su gran adaptación al medio, resisten sequías, situaciones de estrés, falta de nutrientes, su metabolismo es muy lento y tenemos que pensar que solo una pequeña parte del árbol está viva. Cada año el árbol construye un sistema vascular nuevo, un xilema que transportará agua y nutrientes hacia arriba y un floema que transportará productos elaborados hacia abajo. Estos dos anillos concéntricos se producirán cada primavera y dejarán de ser funcionales en otoño.
¿Cómo podemos calcular la edad de un árbol?
Simplemente, tendremos que contar los anillos y tendremos una edad estimada del árbol. El problema viene en árboles muy longevos con troncos muy irregulares y difíciles de contar, como el caso de los olivos.

Si queremos ser más precisos en la datación cronológica tendremos que emplear la datación radioactiva, una de las más conocidas es la del carbono 14 (C14). Pero antes, tenemos que entender que es la radioactividad, esta es una propiedad química que tienen ciertos elementos químicos como el uranio, el plutonio, el torio…
¿En qué consiste la radiación radioactiva?
Las sustancias radioactivas se descomponen emitiendo partículas con gran poder de penetrabilidad en los tejidos vivos y con capacidad de mutarlos y provocar enfermedades como el cáncer. La radioactividad se puede medir con la llamada constante de desintegración, que se calcula en años.
La del cesio 137 (Cs137) es de 30,07 años, esto nos indica que en este periodo de tiempo una cantidad concreta de este material, se reducirá la mitad. Por ejemplo, 1 kg de Cs137, elemento químico liberado al medio en el accidente de la central nuclear de Chernóbil, tardará casi 300 años en desaparecer y mientras tanto irá liberando material altamente dañino para los seres vivos.
Aunque nos cueste creerlo, todos los seres vivos tenemos una pequeña parte de nuestra composición del cuerpo, radioactiva. Vamos a comentar el caso del carbono, este elemento forma parte de las moléculas orgánicas, formando proteínas, glúcidos, grasas, vitaminas, material genético… en su mayor parte no es radioactivo, pero en un porcentaje mínimo presenta algunas formas o isótopos radiactivos, uno de ellos es el C14.
Ya que tenemos estos conceptos claros, podemos explicar cómo se data un material vivo o un fósil con C14. La principal dificultad está en saber cuál es la cantidad estándar de este material contenido en la materia, por ejemplo en un hueso fósil de dinosaurio o en un resto de cerámica prehistórica, esto es lo que se llama el calibraje.
Sabiendo que la tasa de desintegración del C14 es de 5730 años y calculando la cantidad de C14 de una muestra, que podría ser de un árbol y aplicando unas ecuaciones matemáticas, podemos calcular aproximadamente la edad de la muestra.
Junto con las aplicaciones en medicina, esta es otra de las “virtudes” de la radioactividad.